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“Millones de usuarios no pueden estar equivocados”

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Me gustó “La brigada justiciera de Tuenti”. Y me gustó porque dio a conocer algo que no todos conocen; la profunda labor de autorregulación que está detrás de una red social.

Vayamos por partes, decir que las redes sociales son un fenómeno en alza no es un dato que sorprenda a nadie. Pero si ponemos cifras a este fenómeno, quizás la cosa cambie. Sólo por aturdir un poco con números; España está a la cabeza mundial en utilización de redes sociales, sólo por detrás de Brasil. Facebook, por nombrar la más conocida de las redes, supera en la actualidad los 400 millones de usuarios registrados, mientras que Tuenti cuenta, sólo en España, con una cifra de usuarios cercana a los 8 millones. Pocos fenómenos tienen, en mi opinión, un grado de difusión similar.

Pero como todo en la vida, los fenómenos masivos entrañan riesgos, riesgos legales en este caso. Y es que por su propia razón de ser, las redes sociales implican interacción entre sujetos y es en esa interacción donde surgen los conflictos. No comparto la opinión generalizada de que las redes sociales han traído nuevos riesgos jurídicos. Desde mi punto de vista los riesgos legales generados por las redes sociales son los mismos que existían en el mundo off-line, lógicamente potenciados por la comunicación masiva entre individuos.

Pese a que legalmente no se hallan obligados a ello, los titulares de páginas web, en una apuesta decidida por otorgar seguridad a la red, velan por lo que se ha dado en llamar “autorregulación”. Éste era precisamente el contenido abordado en el reportaje al que antes aludía. Detrás de cada red social, de cada blog, de cada foro (a los serios me refiero) se encuentra un nutrido grupo de profesionales que cuidan de que los derechos de sus usuarios no sean vulnerados en la red. Este sistema, que puede parecer de fácil ejecución, es extremadamente costoso. Plataformas como Tuenti o Facebook cuentan con unas magníficas herramientas de reporte de abuso que permiten a sus usuarios denunciar cualquier infracción que detecten en el servicio, es decir, que ante el uso inconsentido de una fotografía, ante un comentario injurioso o ante el uso de datos personales sin el consentimiento del afectado (por nombrar solamente los abusos más denunciados), la primera opción es siempre utilizar este tipo de herramientas. La experiencia me dice que son ágiles y efectivas.

social_network_id469214_size4404El trabajo de los profesionales que se ocupan de tales incidencias es ímprobo, los “falsos positivos” son habituales y el trabajo de detección no tiene fin. En última instancia, cuando las denuncias recibidas de los usuarios no pueden ser solventadas mediante el simple borrado de un perfil o mediante el requerimiento de identificación al usuario para comprobar su verdadera identidad (especialmente en el caso de los menores), las mismas son puestas en conocimiento de las autoridades. Son los menos casos, todo sea dicho.

No me gustaría, en cualquier caso, poner fin a este asunto de las redes sociales, que daría para escribir largo y tendido y sobre el que seguro volveremos, sin hacer referencia a una cuestión que lamentablemente está de plena actualidad. Al hilo de la noticia del crimen de Seseña, al igual que ocurriera en su momento con el asesinato de Marta del Castillo, han sido difundidos por ciertos medios datos de carácter personal (incluidas fotografías y conversaciones privadas) que habían sido previamente colgados en Tuenti. Si bien es cierto que determinados derechos de los individuos deben ser sacrificados en aras a garantizar la libertad de expresión, la difusión mediática que se ha hecho de determinados datos de las víctimas no puede quedar amparada por tal derecho pues es cierto que la libertad de expresión es un bien jurídico superior pero en ningún caso puede servir de excusa para alimentar el morbo y la curiosidad ajenas.

Nada más lejos de mi voluntad que concluir este post desalentando el uso de redes sociales. Sinceramente creo que las redes sociales, usadas con las debidas cautelas, son un fantástico instrumento de ocio y, en ocasiones, de grandes oportunidades profesionales. En definitiva, y como bien dijo Juan Faerman, autor del best-seller Faceboom (libro que desde aquí recomiendo), “millones de usuarios no pueden estar equivocados”.


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